sábado, 30 de abril de 2011

Artículo Nº1 Pedagogías antidiscriminatorias y el derecho a ser diferente

Hechos históricos han demostrados que la humanidad lleva consigo la discriminación, la eliminación y la persecución del otro por ser diferente o pensar distinto. Esto deja como legado la mentalidad discriminatoria en las distintas sociedades del mundo, ya sea, por raza, clase social, origen étnico, cultura, lengua, religión, orientación sexual, estructura familiar y discapacidades físicas, y tal como han pasado a través de la historia y de los años formando parte de la sociedad son transmitidos a las familias y luego reproducidas en las escuelas.
Burlas y descalificaciones son vividas por niños aborígenes o de otras culturas a diario en las escuelas por ser diferentes o por el atraso escolar que traen, llevadas a cabo por los alumnos, textos escolares e incluso docentes.
La discriminación es un problema que existe en la actualidad y en las escuelas y para que tengamos una sociedad democrática debemos incluir, reconocer y valorar a todos los individuos que forman parte de esta sociedad en igualdad de derechos y dignidad. En la actualidad cuando nos referimos a discriminación, casi siempre lo hacemos sobre las diferencias de oportunidades culturales y económicas entre estudiantes, lo que contribuye a esconder una realidad que afecta a escolares de orígenes étnicos, discapacitados o extranjeros
En los últimos años se ha desarrollado una educación antidiscriminatoria con el fin que contribuya a cambiar la visión de las escuelas a la diversidad, es lo que se llama, la pedagogía antidiscriminatoria.
La pedagogía antidiscriminatoria tiene como fin, convencer a los docentes que la discriminación en las escuelas existe y que hay estudiantes que no logran aprender porque han sido marginados. Además, considera que se debe recuperar el pasado histórico, étnico y cultural y llevarlo a las tareas de enseñanza-aprendizaje, importante es el contexto socio cultural que tiene el niño en este proceso.
Toma en consideración en que las escuelas y los docentes pueden tener un papel fundamental en detener la mentalidad discriminatoria y enseñar en equidad, pero para esto, es también fundamental que el docente tenga una autoevaluación crítica de sus prácticas discriminatorias, conozca hasta dónde sabe y los métodos de cómo enseñar el tema, así podrá conocer, hablar y entender de discriminación al interior de las escuelas. Para llevar esto a cabo, establece dos tipos de metodologías: remediar, prevenir y curar las heridas históricas e instruir con equidad.
Por ende, la dificultad más grande de las pedagogías antidiscriminatorias radica en que la responsabilidad del cambio cultural no es solo tareas de las escuelas, sino también de cada profesor, ya que la ideología de  discriminación se lleva en el alma de cada persona.

Chile es un país en que migran mayoritariamente latinoamericanos como peruanos, colombianos, argentinos y ecuatorianos, como indica Grimaldi “parece ser un patrón regular que en Latinoamérica a los migrantes fronterizos se les considere más indeseables que otros que vienen de territorios mas lejanos”, un ejemplo de esta situación son los peruanos y bolivianos que viven en nuestro país, a quienes se les dificulta más las condiciones de vida y surgimiento, esto principalmente se debe a la historia y guerras efectuadas en el pasado.
Por otra parte, están “los miembros de la cultura mapuche que han sido objeto por años de prejuicio y discriminación recibiendo mensajes, valoraciones y modelos impuestos desde la sociedad mayor que han contribuido a formar en ellos una identidad estigmatizada concentrando experiencias de trato discriminatorio desde la sociedad mayor” (3).
Es importante reconocer que como país estamos frente a procesos sociales que nos permiten relacionarnos con diversas culturas internacionales y no hemos sido capaces tampoco de reconocer la diversidad nacional, ya que estamos continuamente discriminando a nuestro pueblo mapuche y a los migrantes extranjeros. El proceso de eliminación de la discriminación es un proceso difícil y largo, que requiere de un cambio de mentalidad desde la familia hasta las escuelas.  Este cambio de mentalidad también es un cambio social que requiere además de un cambio educativo. La diversidad es un proceso de interacción, de enriquecimiento social y cultural, indica Grimaldi que “en sí misma, la migración ha cumplido un rol de gran importancia en la historia de los pueblos. Los flujos de migrantes logran traspasar cultura y conocimientos, que enriquecen a las sociedades que los acogen(2).
En la actualidad la diversidad cultural en nuestro país enfrenta a los profesionales de la educación a una realidad en las aulas que puede verse afectado por la discriminación que se impone en la sociedad actual o la que tiene cada individuo, la mentalidad que traen del hogar, la imitación de modelos estereotipados y los prejuicios fomentan aún más el rechazo a la relación con el otro “distinto”. Otro punto interesante es que en Chile el proceso de integración de otras culturas ha sido difícil, quizás aún ni siquiera es tan considerada en una aula, curricularmente hablando, no se le ha dado la importancia que se merece.
Establecer metodologías antidiscriminatorias parte por incluir las diversidades presentes, aceptarlas y reconocerlas como un proceso de enriquecimiento, una oportunidad de integración. El proceso educativo en las aulas debe comenzar primero que todo, en que el profesor debe conocer sus propias creencias y actitudes, saber como opera la discriminación en las salas de clases y luego establecer “conexiones más reales entre la cultura del entorno y el saber particular de cada persona; para poder trabajar valores positivos, hacia la diversidad, sin discriminaciones de ningún tipo” (4). 
Adela Franzé (citada en Valero, 2001), señala que para promover las prácticas inclusivas se requiere diseñar tareas, materiales, procedimientos y los recursos didácticos, sobre la base cultural de los alumnos, sus estrategias de aprendizaje y sus saberes e intereses, es decir, la diversidad no debe ser un referente abstracto, sino un componente esencial de las estrategias educativas. (3).
El docente debe ser capaz (una vez conocida su realidad en el aula), de dar igualdades de condiciones y oportunidades “evitar que las diferencias se conviertan en desigualdades, adaptarse a las características del que aprende y construir un currículo para todos los alumnos(3), además de erradicar todo comportamiento contrario a la igualdad y  favorecer la integración del alumnado. (5).

Necesitamos una ciudadanía proactiva, de inclusión que permita el desarrollo de todos en igualdad de condiciones, sin importar de donde venimos, el color o costumbre que poseamos, somos iguales, quizás aprendemos diferentes, pero debemos educarnos, es un derecho para todos. Debemos cambiar la mirada de que lo diferente a mí es malo o no corresponde sino verlo como una oportunidad que me permita aún más enriquecerme y desarrollarme. La pedagogía antidiscriminatoria es una tremenda herramienta de erradicación a esta lamentable mentalidad social que es la discriminación, los docentes deberíamos estar mejor capacitados a esta realidad, la diversidad cultural, que quizás en unos años mas será aún mayor. Chile esta creciendo, pero debe crecer en igualdades para todos, por eso es importante que  cada docente conozca su realidad (sus propios prejuicios y discriminaciones)  y la realidad en el aula y sea capaz de comprometerse con cada alumno en enseñar de manera equitativa, con respeto y tolerancia. Siempre trabajando para encontrar en la diversidad un punto de unión. No es una tarea sencilla, pero tampoco imposible, la escuela debe ser siempre un punto de espacios y de libertad.

domingo, 17 de abril de 2011

"La Gran Prueba" de Cristián Warnken

Cuando me preguntan qué soy, respondo: "Soy profesor de Estado en castellano". Ni doctor, ni licenciado, ni PhD. No. Profesor de Estado. Y lo digo con mucho orgullo. Y cada vez que lo digo, siento que se vuelve a encender ese fuego interior que no logra apagar ni la más rutinaria de las horas. Y las hay muchas en este milenario oficio que ha tenido entre sus filas a maestros excepcionales, como Jesús y Sócrates, y a millones de anónimos y modestos "parteros" de los talentos y aptitudes de los niños. Cuando decidí estudiar pedagogía, muchos de mis compañeros de colegio pensaron que estaba loco. Yo era parte de la élite de los colegios particulares, y mis padres, una familia de clase media, habían hecho todos los sacrificios para que yo recibiera la mejor educación. Para aquellos que éramos humanistas, el camino natural era estudiar derecho.
Pero marqué pedagogía. Y cuando lo hice, sentí la adrenalina del que está saltándose el guión secreto escrito para él, tal vez desde antes incluso de haber nacido. Desde que lo hice, sentí que mi vida profesional se asemejaba más a una aventura que a una carrera.
Y, de hecho, lo fue: los años en que ejercí como profesor en colegios en Santiago y la provincia son los más hermosos de mi vida. Yo había leído el lúcido y descarnado "Autorretrato" de Nicanor Parra, que resonaba en mis oídos cada vez que el cansancio o la desilusión me amenazaban después de las arduas jornadas escolares: "Soy profesor en un liceo oscuro,/ he perdido la voz haciendo clases,/ después de todo o nada hago cuarenta horas semanales./ ¿Qué les dice mi cara abofeteada?/ ¡Verdad que inspira lástima mirarme!".
Pero muchas veces me tocó encontrar la luz en esos liceos oscuros, cuando la alegría de una clase bien hecha era capaz de compensar todos los sacrificios o momentos amargos. Perdí la voz, pero con la satisfacción de haberlo hecho para traspasar a otros el amor por la palabra. Nunca dejé de sentir que yo era un privilegiado, al que se le regalaba la posibilidad de aprender enseñando, porque el verdadero alumno es el profesor, y ese secreto profundo de la pedagogía lo sabe quien alguna vez ha hecho clases. Cuando lo descubres, las 40 horas semanales se transforman en los kilómetros de un viaje iniciático, en el que vas enfrentando todas las pruebas interiores y exteriores de un heroísmo silencioso, cuyas grandes batallas se juegan entre las cuatro paredes de una sala de clases.
Pienso en los miles de maestros a los que les debemos todo, que murieron con una sonrisa en sus rostros, esa sonrisa que sólo les es dada a los que fueron quemados en la vida por el amor y la entrega. Pienso en tantos profesores rurales que no se dejaron vencer por el resentimiento y la amargura y derramaron la alegría y sed de saber a sus niños desnutridos.
Por eso me duelen los resultados de la prueba aplicada a los egresados de pedagogía básica entregados el martes. Me duele en el alma saber que los mejores alumnos no se interesan por estudiar pedagogía, y que la educación de los niños de Chile puede quedar en manos de los peores. Me preocupa que ya se haya instalado en el disco duro de los jóvenes la sensación de que estudiar pedagogía es fracasar en la vida.
Es hora de rebelarse contra esa fatalidad. Ésta es la gran prueba que debemos rendir como país: asumir la educación como el gran desafío épico de nuestra historia. Hay que encender el entusiasmo en los jóvenes por el más sagrado de los oficios. Necesitamos a los mejores, a los más valientes, a los más idealistas en nuestras salas de clases. Con título de pedagogo o no, qué importa. Necesitamos que el fuego de la educación les queme a muchos el alma, como antes, cuando gobernar era educar, cuando los Andrés Bello, los Gómez Millas, los Luis Oyarzún o los Nicanor Parra bajaban de su olimpo a ensuciarse sus manos con tiza.

Extraído de http://www.crecechile.cl/p/node/413